
-Fundación Cultural Alicia Vega
Un estudio del Ministerio de las Culturas reveló que entre 1915 y 2019, solo el 6,2% de los largometrajes de ficción fueron dirigidos por mujeres.
Por Yolanda Pizarro para Diario El País
Cuando vi Cien niños esperando un tren, el documental de Ignacio Agüero, no solo me conmovió la historia, sino que me interpeló profundamente. Alicia Vega, profesora e investigadora de cine, en plena dictadura chilena, se dedicaba a algo aparentemente simple pero profundamente revolucionario: enseñar cine a niños y niñas de la población Lo Hermida. Muchos de ellos jamás habían entrado a una sala. Construían zoótropos, observaban imágenes en movimiento y, por primera vez, sentían que su mirada tenía valor. Este tren que esperaban no era solo una película: era la posibilidad de imaginar un mundo distinto.
Hoy, casi cuatro décadas después, la pregunta sigue viva: ¿quién tiene derecho a imaginar, a contar historias, a ocupar la pantalla?
Este año, el Festival de Cannes marca un hito: siete mujeres directoras compiten por la Palma de Oro, una cifra sin precedentes que, sin duda, merece celebrarse. Además, dos mujeres presiden secciones clave del certamen, señalando una apertura simbólica hacia una industria históricamente dominada por hombres.
Pero este avance, aunque esperanzador, no puede ocultar la brecha persistente que afecta a las mujeres en los medios audiovisuales. Según el Observatorio Europeo Audiovisual, solo el 24% de las películas producidas en Europa entre 2018 y 2022 fueron dirigidas por mujeres. En América Latina, esa cifra se reduce a apenas un 20%.
Solo una de cada 10 guionistas participa en producciones cinematográficas de gran presupuesto. Menos del 7% ocupan cargos de dirección de fotografía. Y menos del 5% de los grandes presupuestos de producción están liderados por mujeres.

y «La memoria infinita» (2024).
-Paola Chapdelaine
En Chile, a pesar de los avances, la brecha es aún más evidente. Un estudio del Ministerio de las Culturas reveló que entre 1915 y 2019, solo el 6,2% de los largometrajes de ficción fueron dirigidos por mujeres. Esta baja representación no refleja falta de talento, sino estructuras que aún reproducen los mismos estereotipos y sesgos que vemos en otros sectores: acceso desigual, ausencia de redes, una mirada masculina hegemónica en la formación y una exclusión tan silenciosa como persistente.
Esta falta de diversidad en las imágenes que consumimos día a día contribuye a naturalizar desigualdades y a reforzar jerarquías sociales. No se trata solo de quién está detrás de la cámara, sino también de qué cuerpos, qué acentos, qué formas de vida aparecen delante de ella. El derecho a la imagen es también el derecho a la existencia simbólica. Es una forma de ciudadanía cultural.
El cine, como todo lenguaje, moldea imaginarios. Por eso, diversificar las narrativas no es solo una tarea artística o técnica, sino política y urgente. ¿Cuántas historias nos hemos perdido por no abrir suficientemente el foco?

Un ‘story boad’ realizado por niñas y niños en los talleres en Lo Hermida, impartidos por la cineasta Alicia Vega.
-Fundación Cultural Alicia Vega
Frente a esta realidad, no basta con aplaudir los avances; hay que institucionalizarlos. La transformación del ecosistema audiovisual exige voluntad política y acciones concretas. Se necesitan políticas culturales con enfoque de género e interseccionalidad que aseguren el acceso equitativo a los recursos, a la formación y a la distribución de contenidos. Esto implica, por ejemplo, establecer cuotas mínimas de participación femenina y disidencias en fondos públicos, generar incentivos para producciones lideradas por mujeres, crear espacios de formación técnica en cinematografía y guion que estén diseñados para romper la lógica del privilegio.
También se requiere una revisión crítica de los criterios de evaluación en festivales y concursos, que muchas veces perpetúan una mirada hegemónica sobre lo que se considera “buena” o “relevante” cinematografía. ¿Quién define lo que vale la pena contar? ¿Y desde dónde?
Además, urge promover alianzas internacionales entre cineastas mujeres y disidencias, fortalecer redes regionales y garantizar la presencia de estas voces en instancias de decisión. La equidad en el cine no se logrará solo con talento –que abunda–, sino con justicia en las reglas del juego.
Por eso, Cannes 2025 no es la meta, sino un punto de inflexión. Celebrar a las directoras que rompen techos de cristal, como Maite Alberdi, es necesario, pero no suficiente. Necesitamos políticas activas, formación inclusiva y una transformación profunda del ecosistema audiovisual.
Porque el cine y los medios no solo reflejan la cultura: la crean. Y si no diversificamos quiénes cuentan las historias, seguiremos viendo siempre la misma película.
Es tiempo de avanzar en el cambio cultural, de romper guiones heredados, de abrir espacio a miradas diversas, más voces, más futuro. Que ningún niño o niña tenga que esperar toda una vida para ver que su historia importa.